lunes, 29 de julio de 2013

La sangre de Cristo pagó el precio de nuestra liberación del pecado.

Génesis 50:15-21; Juan 8:31-36 Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. —Juan 8:36 En su libro Throw Out Fifty Things [Deshazte de cincuenta cosas], Gail Blanke bosqueja cuatro «reglas del desapego» para ayudar a la gente a liberarse del abarrota-miento en su vida. La primera declara: «Si [tal cosa] te aplasta, te atasca o simplemente te hace sentir mal, tírala, regálala, véndela, suéltala, y sigue adelante». Pienso que esta regla del desapego también tiene una aplicación espiritual: no tenemos que seguir abrumados por los pecados del pasado.

Los hermanos de José lucharon contra esto. Años después de haber vendido a José como esclavo, recordaron su crueldad y tuvieron miedo de la venganza (Génesis 50:15). Entonces, enviaron un mensajero a hablar con su hermano para que le rogara que los perdonase (vv. 16-17). Lo hicieron a pesar de que José había actuado de manera bondadosa con ellos y les había transmitido tranquilidad (45:4-15). Muchos seguimos ligados a agravios cometidos en el pasado, a pesar de la misericordia y la bondad de aquellos a quienes tal vez perjudicamos. Sin embargo, la verdadera libertad llega cuando confesamos nuestro pecado a Dios.

El Señor nos perdona (1 Juan 1:9) y nos aleja de él (Salmo 103:12). Tal como afirma un versículo: ¡arroja nuestros pecados a lo profundo del mar! (Miqueas 7:19). Por esta razón, podemos traer a la mente que el Hijo nos ha libertado y que, entonces, somos verdaderamente libres (Juan 8:36). —

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